Mi hijo tiene miedo, ¿qué puedo hacer?

Es normal que los pequeños sientan miedo, lo importante es saber identificar cuándo se puede controlar en casa y cuándo se debe consultar. Foto: ShutterStock

El miedo es una de las sensaciones más primitivas, está ahí para protegernos de los peligros potenciales que encaramos día a día. A medida que el ser humano ha evolucionado, el miedo se ha transformado y ampliado su rango de acción. Ya no solo nos protege de amenazas físicas, sino que se activa para cuidar nuestra estabilidad emocional. La psicóloga infantil y de familia María Elena López aclara que “algunos de los miedos están determinados genéticamente, otros vienen por aprendizaje directo. Sin embargo, muchos de los temores que tienen los niños son aprendidos y los adquieren por condicionamiento del mundo exterior, de la escuela, de la información que reciben de los medios de comunicación y hasta de los propios temores de los padres”.

Aunque muchas veces el miedo logra su objetivo de actuar como mecanismo de defensa, en otras ocasiones puede llegar a ser incapacitante y convertirse en un problema. En otras palabras, está bien que aprendamos a tener cuidado cuando nos asomamos a una ventana desde un piso alto, pero esta precaución puede convertirse en acrofobia si los padres, en vez de enseñar, asustan al pequeño. Cuando el miedo se convierte en una fobia, ya es un motivo de consulta con un especialista y muchas veces esto se puede evitar.

Para la psicóloga Ana María Ospina, lo primero que deben hacer los padres cuando detectan que ciertas situaciones les producen una ansiedad fuera de lo normal a sus hijos es hablarlo, mostrarle al pequeño que todos podemos tener esos sentimientos y que se pueden controlar. No se debe menospreciar la situación porque puede afectar el desarrollo normal de la vida del niño y la comunicación con sus padres. El miedo es un sentimiento de vulnerabilidad y compartirlo ya es un paso grande para quien lo sufre.

Los niños experimentan diferentes miedos, dependiendo de la edad. Cuando están pequeños los fantasmas, las tormentas, los títeres o la oscuridad los pueden llenar de pánico. Más grandes, el temor a que se burlen de ellos, a no tener amigos o a que los papás los abandonen les puede causar ansiedad. En su consulta, la psicóloga López ha detectado que hay asuntos que se están convirtiendo en motivo de miedo para los pequeños: “situaciones como el divorcio, la violencia intrafamiliar, la ausencia de un padre, el exceso de tareas y el cambio de roles dentro del hogar pueden afectar de manera importante a los niños. Aunque estos se adaptan a algunas de las nuevas vivencias familiares, también nacen en ellos nuevos temores, por ejemplo, a quedarse solos, a que no los quieran o a que les hagan bullying en el colegio”.

Manifestaciones

Al ser un mecanismo de defensa primitivo, el miedo actúa a nivel biológico. El cerebro ve una amenaza potencial e inmediatamente reacciona enviando una señal de peligro al sistema nervioso central para que alerte al resto del cuerpo y tome las medidas necesarias para proteger el cuerpo.

Lo primero que pasa es que se dilatan las pupilas, pero puede haber otras reacciones dependiendo de la situación en la que estemos y el nivel de importancia que le dé nuestro sistema. Pueden temblarnos las piernas, quedar paralizados o ponernos pálidos.

El cuerpo se prepara para defenderse o huir, por lo que los bronquios se amplían para recibir más aire en los pulmones, el corazón empieza a latir más deprisa porque aumenta la cantidad de sangre a circular y el hígado libera glucosa, que es el combustible de los músculos y el cerebro. Por eso, en un momento de terror adquirimos unas capacidades físicas que no podemos replicar en calma. Según la psicóloga Ospina esto también hace que el miedo sea peligroso para personas que tengan problemas cardiacos o alguna otra condición que se agudice con esta reacción extrema.

Ansiedad

Es importante diferenciar el miedo de la ansiedad. El primero es una reacción a una situación tangible, un peligro del mundo exterior, mientras que la segunda “se relaciona con sentimientos de temor que no se vinculan con un estímulo tangible y no siempre se puede determinar su origen”, explica la doctora López.

Para el neurólogo David Pineda, la ansiedad es una preocupación y muchas veces se utiliza como término genérico para todo lo que identificamos como angustia o para justificar un comportamiento impulsivo. La ansiedad se siente siempre y cuando las respuestas producidas ante una señal de peligro sean ineficaces, y se mezcla a menudo con el miedo, tanto así que a la ansiedad se le ha llegado a llamar “miedo sin objeto”.

Las situaciones sociales nos pueden producir más ansiedad que miedo. Cuando los preadolescentes empiezan a ir a fiestas o tienen que hablar en público pueden sentir esos nervios propios de la ansiedad, pero cuando se presentan otros signos como dolor de estómago, sudoración en las manos o sensación de desmayo se convierten en miedo. Si este afecta varias áreas de la vida e impacta negativamente hábitos básicos como el sueño o la alimentación se debe consultar a un especialista. También si los síntomas son muy frecuentes, intensos y persistentes en el tiempo.

Calma

Para la psicóloga María Elena López, estos sentimientos pueden ser señal de situaciones emocionales que no se han resuelto, de trastornos como la depresión o de eventos del entorno que sobrepasan los recursos de las personas, por lo que no se deben ignorar o menospreciar, especialmente cuando es el niño quien decide compartir con sus padres lo que está experimentando. Restarle importancia a la situación burlándose de ella puede ser contraproducente.

Tratar de entender por lo que está pasando el pequeño es clave para ayudarle a controlarlo, así el temor surja frente a cosas que parezcan inofensivas o fantasiosas, como los monstruos, los extraterrestres y los payasos. Puede ser de ayuda recordar cuáles eran nuestros propios temores, aunque nos dé vergüenza compartirlos o los tengamos muy escondidos en nuestro recuerdo.

 

Fuente:http://www.elcolombiano.com/tendencias/salud-infantil-mi-hijo-tiene-miedo-AB7021673